DIÁSPORA
Año 6, nº 5, Agosto 2008
EDITORIAL
LA EDUCACIÓN COMO PRIORIDAD APOSTÓLICA
La Compañía de Jesús considera la tarea educativa como una de las prioridades apostólicas más importantes, en la que se construye Reino de Dios, o un mundo más democrático, justo y equitativo. Hoy también, en nuestra Bolivia, la Compañía de Jesús coloca sus mejores talentos en esta tarea, consciente en la necesidad de formar personas, en conocimiento, en valores y dignidad.
En efecto, la experiencia espiritual de Ignacio y sus compañeros, tiñe la labor educativa, los proyectos y deseos de lograr que la educación sea un instrumento de liberación de toda esclavitud, en la que todos sientan que se van formando, sin exclusiones, interdependientemente, interculturalmente, haciendo de la diversidad una riqueza para todos. La idea, indudablemente, es formar a las personas de una manera integral, abarcando la inteligencia, la voluntad, la memoria y la sensibilidad.
Esta tarea se confronta con muchas fuerzas contrarias al Reino de Dios, y que actúan en el contexto económico, cultural, político y social: sistemas político-económicos estructurados en función del mercado, reduciendo la dignidad humana y acentuando la desigualdad; fuerzas que disgregan y generan conflictos locales e internacionales; ideologías que provocan desigualdades e injusticias y fomentan el individualismo, el racismo, el afán de lucro y la corrupción; tecnologías que permiten que las personas se comuniquen, pero los mensajes que circulan no siempre siguen criterios evangélicos; el trabajo que se convierte en alienante y deshumanizador, reforzando la exclusión.
Al contrario, en la dinámica de los Ejercicios Espirituales, aplicada a la educación, los estudiantes se conciben como personas con sus propias expectativas, características, miedos y deseos. Ellos deben ir construyendo una opción de vida, con el saber como intermediario. Debemos ser conscientes que la educación se desarrolla en un contexto en que entran en juego diferentes valores y creencias. Es imposible enseñar de forma neutra, sin que en este proceso se vea el compromiso, el sueño, la utopía y la profunda aspiración.
De esta forma, no es suficiente conformarse con simplemente comunicar un saber como si los estudiantes fueran siempre los mismos, impersonales, anónimos, masificados, depositarios de un saber muchas veces inútil, bancario y cosificante. No podemos abstraernos de los valores que todo ser engloba. La educación ignaciana busca oportunidades para conducir a experimentar lo que se estudia, ya que no es el mucho saber lo que harta y satisface a la persona, sino sentir y saborear las cosas internamente. Y si el alumno penetra en el fondo de lo que lee e investiga, como sucede en los Ejercicios Espirituales, al entrar en la mística de la experiencia del Padre que se revela, es posible que este alumno encuentre a Dios en este aprendizaje. Porque parte de nuestra labor es encontrar a Dios en todas las cosas.
Es necesario, entonces, ejercitar no solamente la inteligencia, sino también la imaginación y los sentidos, allí también están las grandes tecnologías actuales, la cultura de la imagen y la comunicación. Movilizar los corazones, hacer reaccionar entre lo que se ve y se estudia, apasionados por el saber para descubrir lo esencial, que muchas veces es invisible a la razón, pero no a los ojos y el corazón. Se trata de una reflexión profunda, pero al mismo tiempo crítica, asumiendo la realidad, no para lamentarnos y hacer una queja crónica de la misma, sino para mirarla con amor, fe y confianza. Movilizando afecto y mente, podremos hacer que las personas y los jóvenes sean los propios protagonistas del propio proceso de construcción del saber. Enseñar a ser tolerantes y a argumentar a favor de lo que creen, sin anular la voz de los demás, por más pobres y marginados que sean.
Y si somos capaces de convertir nuestras aulas en un concierto de múltiples voces, por más diversas que estas puedan ser, y que de hecho lo son, veremos que es posible transitar por un mundo heterogéneo y diverso, repleto de culturas y visiones, al mismo tiempo integrado y propositivo, como expresión del Reino de Dios. Por supuesto todo esto, siempre teniendo muy presente a nuestros preferidos de Dios, los más pobres, destinatarios privilegiados y prioritarios de nuestra labor educativa.
Unidos en El Señor,
P. René Cardozo, S.J.
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